Total, que estás un día cepillándote los dientes sin la parte de arriba y te lo ves en un hombro; o te estás poniendo crema en las piernas y lo descubres en un gemelo… Puede que aún sea sólo un amago venoso o que ya esté amarillento con ese color a nicotina tan de hospital o que ya sea una marca fea y gangrenada… El caso es que te descubres el moratón (puede que también sea un ‘chupetón’, aunque estos se adivinan antes) e inmediatamente ubicas el momento en el que él o ella te lo hizo. Eres capaz de discernir el instante exacto en el que se produjo aquel dulce desacato. Bueno, dulce o no tanto, que todos sabemos que algunos moratones pueden doler una barbaridad… Sea como fuere, el moratón producido en batalla sexual suele ser visto con agrado, no duele tanto como el que te haces cuando tropiezas con la punta de esa mesa que siempre está mal puesta, qué duda cabe… Te lo miras, lo tocas, lo asocias al ‘encuentro’ y puede que sonrías. Porque quizá el moratón que te ha hecho ‘esa’ persona vaya a solaparase con la existencia de ‘otra’ persona nueva que lo observará con malicia, y eso te ‘pone’ o porque quizá sólo fue una cosa puntual pero lo pasaste bien y aquello te lo recuerda o porque a todos nos gustan estos tatuajes ‘naturales’ que además desaparecen con el tiempo y hasta mostramos victoriosos a nuestros más cercanos… Una marca de guerra de esas de las que uno hablará o no, pero que indudablemente habrá formado parte de ti en lo más íntimo. Aunque sea más que probable que dure más que quien te lo hizo (y lo sabes)…
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