Están por todas partes. En los lugares más insospechados, incluso. Donde menos te lo esperas. Y llevan ahí toda la vida. Desde antes de que tú nacieras. Desde antes de que nacieran tus padres. Y tus abuelos… Y nos sobrevivirán… Y a nuestros hijos. Y a los hijos de nuestros hijos.
Son los privilegiados, los bendecidos. Son especiales, diferentes, brillantes. Pueden ser hijos de empresarios, de médicos; sobrinos de políticos, amigos íntimos de algún noble… Acaban siendo asesores, consejeros, diputados… No comen en el suelo. No son como tú y como yo. Son mejores. Ese dato es importante que te quede claro desde el principio.
Tienen ‘pedigrí’. Y si no lo tienen lo dicen. Lo dicen muchas veces y entonces ya es como si de verdad lo tuvieran. Lo dicen ellos y sus amigos. Y se acaba creando esa imagen de verismo que en realidad es lo que necesitan. No se puede rascar mucho más. Ojo, algunos tienen carrera, pueden ser gente solvente, seria, fiable. Profesionales de lo suyo. ¿Por qué no? Es una putada pero a veces es complicado distinguirlos y hasta pueden ser buena gente. Están mimetizados. Pero seguirán siendo mejores que tú.
Se lo han montado bien. Llevan hilando su cadena de favores desde tiempos inmemoriales. Sus telarañas particulares. Donde quedarás atrapado más tarde o más temprano. O mejor sería hablar de redes de araña… Porque lo que hacen es configurar su propio sistema, adosado al nuestro, al de todos, al normal, al que debe existir de manera natural, el que vela por el orden de las cosas. Ellos tejen esa red propia muy cerca de la legítima, de forma que no la distingues, es una especie de sombra. Una sombra que a veces se enrosca, se cruza, se solapa en nuestro sistema; el que formamos todos, el consuetudinario, el que pagamos entre todos. Pero su red es de acceso restringido, aunque sea para su uso y disfrute y sea subsidiaria de la nuestra es sólo para ellos. Es exclusiva.
Y se pasean por los pasillos de todos aunque se dediquen a lo suyo, ocupan despachos de todos aunque beneficien solamente a los suyos, cobran sueldos pagados por todos aunque luego se los gasten en lo suyo…
Les pagamos sus caros trajes, sus caprichos, sus lujos. Nadie sabe cómo, pero llevamos haciéndolo siglos. Y ellos nos dedican su media sonrisa subsidiaria pero la gran carcajada es a nuestra costa. Y somos la causa de ella.
A veces hasta les votamos conscientemente, o aplaudimos que hayan ganado su plaza, o celebramos que sean capaces de esconder sus riquezas, que alardeen de ellas en las revistas, que nos cuenten el lunes a qué restaurantes caros han ido ese fin de semana.
Es su éxito conseguir que les consintamos todo eso. También hay que saber valorarlo. Tiene su mérito… Porque todo se fundamenta en eso; a ellos no les interesa el esfuerzo, el sudor, el sufrimiento, el mirar por lo de todos. Toda esa mierda es para ti y para mí. Ellos sólo quieren el mérito.
Pueden tener que ver con lo religioso, pero a veces ni les hace falta. Pueden tener que ver con ciertas ideologías, pero tampoco es necesario. Algo que tienen en común es el gusto y el disfrute del poder, eso sí. Les encanta, les motiva, les hace multiplicarse. Se reproducen a través de la perpetuación del poder, así que ni siquiera necesitan ser heteronormativos o patriarcales… Superan todo eso. Lo llevan superando siglos… Están hechos de otra pasta. Son de otro planeta pero viven en el nuestro.
Llevas unos papeles para pedir un préstamo y allí están. Llamas para reservar unas vacaciones y te atiende uno de ellos. Entras a tomar algo en cualquier bar y zasca, están ahí… Manejan todos los hilos. Mojan en todas las salsas. Están por todas partes. Son los de siempre.
Algunos son indetectables, hasta te pueden engañar durante años y, de repente, habrá un comentario, un gesto, un movimiento en falso y puede que hasta los descubras. Cuando eso pase, huye en dirección contraria. Sin mirar atrás. Huye, corre. A ellos les dará igual. Se reconfigurarán y seguirán a lo suyo. Son imbatibles.
Aunque seamos mayoría, nunca conseguiremos ser mejores que ellos. Aunque sepamos quiénes son, hagamos un censo, los tengamos detectados y conozcamos sus tejemanejes nunca se dejan coger. No los vamos a controlar. Y si alguna vez lo hacemos saldrán más. Se reproducen geométricamente. El poder es como un gremlin y su agua tras la medianoche es el puto dinero.
También son casta pero no sólo eso. Superan el término. Surcan los cielos y se arrastran bajo tierra. A veces les va mal pero siguen siendo parte de esa casta. Se reconocen entre ellos. Se huelen, se sienten bien cuando lo saben y no digamos si se juntan.
Simplemente no hay nada que hacer. Están en otra órbita. Y viven de chuparnos la energía, el esfuerzo. Para ellos somos la infinita manta clientelar con la que se arropan cada noche. Nuestra sangre su trofeo.
Nunca sabrás a ciencia cierta quiénes son. Sólo podrás saber, si es que llegas a planteártelo alguna vez, que tú no formas parte de ellos. Que tú eres el mediocre, el simple, el normal; su cliente. Quizá no asumas que eres peor, pero nunca serás como ellos.