Publicado el 31/03/2020 por jotabedepe
Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí. Augusto Monterroso.
El genial Augusto Monterroso desconocía, cuando escribió el cuento que subtitula este escrito, que se estaba anticipando, con su prosa sintética y evocadora, a lo que hoy podría ser llamado lenguaje tuitero. Su breve cuento ha sido motivo de apasionadas loas y entusiastas críticas. Lo que más adoro, probablemente, de esta pieza es todo lo que queda a la sombra, todo lo que queda latente, en segundo plano. Todo lo que no nos cuenta. Que, al fin y al cabo, es el cuento.
Hace bastantes días que vivimos en este confinamiento sobrevenido, en este necesario encierro al que nos ha abocado el virus y son muchas las reflexiones que ando leyendo por ahí sobre este oficio mío, el de la docencia, el de tantas y tantos, y el modo en que estamos afrontando esto. Me da la sensación, (tampoco leo todo, qué duda cabe, ni ganas tengo) de que hemos convertido el tema de la “enseñanza telemática” en objeto de debate, en mero artefacto con el que jugar. Ahora éste es nuestro cubo de rubik.
Leo con más interés aquellos artículos que enfocan el tema desde la perspectiva de la desigualdad social y económica, de cómo ese monstruo hace que manejar esto sea algo demasiado grande. Me siento muy cercano a estas reflexiones, pues no en vano hablan del alumnado con el que ahora trabajo a diario. Niños y niñas en entornos familiares económicamente deprimidos, contextos sin estímulos culturales, rodeados de adultos que pasan sus jornadas enteras trabajando y apenas llegan a casa (normalmente me refiero, no sólo ahora, que también) con fuerzas para tumbarse.
Se repiten conceptos como “brecha educativa”, “curso perdido”, “aprender de todo esto”… y se me llevan los demonios. Me van a disculpar, pero este cubo de rubik se lo pueden ustedes meter por donde les quepa.
No me hace falta un virus desolador y destructivo para conocer perfectamente el abismo al que abocamos cada día a todos esos alumnos y alumnas de quienes hablo aquí. No me hace falta verme ante el reto de comunicarme con esas familias y tratar de trasladarles un poco de luz para que “no pierdan el curso”, dándoles muchas opciones estupendas, la mayoría de las cuales requerirán de una pantalla y unos cuantos megas.
Al igual que en el cuento de Monterroso, todo lo que no se cuenta es el cuento.
Mucho me temo que después de todo esto tendremos la oportunidad de asistir a cientos de conferencias, charlas, seremos invitados a congresos y nos ofrecerán cursos donde la pantalla tendrá todo su protagonismo, donde se alabará su efecto y su necesaria presencia en la vida diaria. Recordaremos lo baratas que pueden ser y todo el conocimiento que pone a nuestra disposición. Un poco como ahora, no seamos ilusos, pero tampoco negaremos el auge que el virus le dará a todo esto.
Tampoco voy a ponerme lacrimógeno con la escasez de recursos de nuestros pequeños y pequeñas, con la pena que da que no puedan tener algo con lo que conectarse al mundo cuando el planeta entero se está desconectando. No van por ahí mis tiros. De todo eso son responsables sus adultos encargados. Soy consciente del momento que vivimos y de lo útil que puede llegar a ser una herramienta de ese calibre. Y también de que muchos adultos prefieren gastarse el importe de una de esas pantallitas en cartones de tabaco…
Me intento imaginar de niño, en el pueblo, encerrado en mi casa. Con una madre que se pasaba el día cosiendo y un padre que a buen seguro se saltaría las normas de confinamiento para salir a la calle. Intento pensar qué tendría a mano. Mi profe solo se podría poner en contacto conmigo por teléfono, en el mejor de los casos, si es que se hubiera llevado la agenda a casa. En el mejor de los casos ese sería su ‘seguimiento’. Me imagino en aquella casa de mi infancia, sin libros en las estanterías, por supuesto sin internet y con la tele (de tubo) y la radio como ejes de coordenadas de todo. Yo no era mal alumno, pero tampoco me esforzaba mucho por despuntar. Me gustaba escribir y solía hacerlo espontáneamente, sin necesidad de que me lo pusieran de deberes. Así podía entretenerme muchas veces, me gustaba leer mis cuentos a los de la clase y que alabaran esas historias, para qué mentir. Pero también pasaba las horas jugando con mis indios y vaqueros, alineándolos en la mesa del comedor o distribuyéndolos por el suelo. Mezclando estos juguetes con otros, como los playmobil, o las muñecas de mi hermana, con los que no tenían nada que ver. Creando historias con mi imaginación, en fin. Me imagino también en algún momento leyendo uno de los álbumes de dinosaurios que cogía de la bliblioteca de la escuela o repasando por enésima vez una historieta de Ásterix o de Mortadelo y Filemón. Lo que quiero decir es que aquel contexto mío, en aquella época (los ochenta) y en el contexto de una familia de nivel medio-bajo viviendo en un pueblo humilde con mayoría de agricultores y amas de casa, bien podría ser similar a las condiciones en las que cualquiera de mis niños o niñas viven durante este confinamiento.
Esto que nos está pasando nos puede hacer reflexionar sobre muchas cosas: la importancia de las tecnologías en lo educativo, el protagonismo de las pantallas, de las conexiones permanentes, la necesidad de tener una huella en las redes sociales, crear una marca propia, configurar y mantener una imagen de éxito… Pero nada de esto me interesa. Cuando volvamos, todo va a estar exactamente donde lo dejamos. El desinterés por la cultura elaborada, por el crecimiento personal, la desigualdad expresa entre ricos, pobres y aún más pobres, el miedo a ser discriminado por cualquier cosa, la aporofobia en todos los estratos sociales y manifestado en todas las plataformas posibles. El abismo seguirá ahí.
¿Nos lamentamos ahora de la escasez de recursos, de lo acusado de la brecha, de la “desigualdad social” que se expandirá?
Me imagino a los gurús y teóricos, dando bandazos en sus casas (están confinados, claro), recorriendo el pasillo arriba y abajo, reflexionando sobre la cuadratura del círculo. Pensando en “la clave” que resuelva todos estos misterios que se han abierto ante nosotros. “La clave es el tiempo interactivo”, “la clave es combinar ocio y cultura de esta forma o de esta otra”, “la clave está en la formación de los maestros”, “la clave es la conciliación de la vida familiar y laboral”, “la clave es la gestión de las emociones y los sentimientos”… Una sociedad rápida requiere de respuestas rápidas. Volverá el debate (muy apropiado, además, con una nueva reforma de ley educativa en ciernes) sobre la profesionalidad de los maestros, la culpabilidad de los políticos y la ausencia de recursos de la pública (sobre todo), muy en desventaja con cualquier otro modelo de escuela lo mires como lo mires… Muchos augurarán el comienzo de un nuevo paradigma, el principio del cambio definitivo, una nueva era… Y se pondrán a vender libros como locos. Les diré algo: a los padres y madres que hoy no tienen literalmente nada en sus despensas que darles de comer a sus hijos les importa bien poco tener repleta “la maleta de las emociones”.
Corremos el peligro de que todo esto que estamos viviendo nos seduzca hasta el punto de ver una especie de fantasía comunitaria del problema. Y vivir en esta utopía puede llevarnos incluso a creer que existen soluciones generales que puedan servirnos a todos. Estas generalizaciones hacen que externalicemos la individualidad de cada uno y le sonriamos a una sociedad globalizada y capitalista. Esta utopía en cierto grado inmunitaria (paradójicamente) hace que nos relajemos y esperemos la gran respuesta, la gran solución. El problema individual se diluye, las limitaciones personales desaparecen y el foco de interés de este terrible contratiempo se desvía.
No estamos donde estamos (educativamente hablando) por casualidad. Hemos forjado durante mucho tiempo un camino lleno de negligencias políticas, de desinterés por la escuela, de desinformación radical, de banalización, mercantilización y comercialización de nuestro oficio. La escuela no sólo no ha sido ajena a la deriva social de gusto por el dinero, el éxito, la imagen y la belleza, sino que ha fomentado todo esto, lo ha introducido en las aulas y le ha dado oxígeno. Llevamos vendiéndonos décadas. Dando la espalda al alumno, a la realidad de familias enteras sin motivación por ser mejores personas, por crecer intelectualmente, por tener un criterio, una ilusión, independientemente de su poder adquisitivo. Dando la espalda al abismo. La escuela es un supermercado de conocimientos donde los niños están de paso y sus padres lo estuvieron antes que ellos. Y puede que hasta sus abuelos. Entras, consumes y te vas. Tenemos generaciones enteras “agujereadas”.
Hace mucho que elegimos el camino equivocado, mirar fijamente al dinosaurio y olvidarnos de todo lo demás. A veces pienso, no lo voy a negar, que deberíamos mandar todo a tomar por saco. Pero haciéndolo bien. Dándoles el poder, de facto, real, a las empresas que controlan esto en la sombra. Que ocupen el poder. Que coordinen todo esto. Sacarlas de su secreto lugar. Que redacten ellos las normas. Que decidan sobre todo esto. Que nos compren a todos y nos procuren bienestar a todos, para que no dejemos de hacer girar la rueda, para que no dejemos de consumir. Nadie quedaría al margen. Probablemente nos iría mejor. La empresa sabría bien qué hacer para mantenernos en el mercado. Alumnado y profesorado seríamos sus clientes. El capitalismo no falla. Que entre a saco en todo esto y nos vayamos a la mierda de una vez por todas. Al abismo, sí, pero con los pies por delante.
Publicado el 20/07/2018 por jotabedepe
Están por todas partes. En los lugares más insospechados, incluso. Donde menos te lo esperas. Y llevan ahí toda la vida. Desde antes de que tú nacieras. Desde antes de que nacieran tus padres. Y tus abuelos… Y nos sobrevivirán… Y a nuestros hijos. Y a los hijos de nuestros hijos.
Son los privilegiados, los bendecidos. Son especiales, diferentes, brillantes. Pueden ser hijos de empresarios, de médicos; sobrinos de políticos, amigos íntimos de algún noble… Acaban siendo asesores, consejeros, diputados… No comen en el suelo. No son como tú y como yo. Son mejores. Ese dato es importante que te quede claro desde el principio.
Tienen ‘pedigrí’. Y si no lo tienen lo dicen. Lo dicen muchas veces y entonces ya es como si de verdad lo tuvieran. Lo dicen ellos y sus amigos. Y se acaba creando esa imagen de verismo que en realidad es lo que necesitan. No se puede rascar mucho más. Ojo, algunos tienen carrera, pueden ser gente solvente, seria, fiable. Profesionales de lo suyo. ¿Por qué no? Es una putada pero a veces es complicado distinguirlos y hasta pueden ser buena gente. Están mimetizados. Pero seguirán siendo mejores que tú.
Se lo han montado bien. Llevan hilando su cadena de favores desde tiempos inmemoriales. Sus telarañas particulares. Donde quedarás atrapado más tarde o más temprano. O mejor sería hablar de redes de araña… Porque lo que hacen es configurar su propio sistema, adosado al nuestro, al de todos, al normal, al que debe existir de manera natural, el que vela por el orden de las cosas. Ellos tejen esa red propia muy cerca de la legítima, de forma que no la distingues, es una especie de sombra. Una sombra que a veces se enrosca, se cruza, se solapa en nuestro sistema; el que formamos todos, el consuetudinario, el que pagamos entre todos. Pero su red es de acceso restringido, aunque sea para su uso y disfrute y sea subsidiaria de la nuestra es sólo para ellos. Es exclusiva.
Y se pasean por los pasillos de todos aunque se dediquen a lo suyo, ocupan despachos de todos aunque beneficien solamente a los suyos, cobran sueldos pagados por todos aunque luego se los gasten en lo suyo…
Les pagamos sus caros trajes, sus caprichos, sus lujos. Nadie sabe cómo, pero llevamos haciéndolo siglos. Y ellos nos dedican su media sonrisa subsidiaria pero la gran carcajada es a nuestra costa. Y somos la causa de ella.
A veces hasta les votamos conscientemente, o aplaudimos que hayan ganado su plaza, o celebramos que sean capaces de esconder sus riquezas, que alardeen de ellas en las revistas, que nos cuenten el lunes a qué restaurantes caros han ido ese fin de semana.
Es su éxito conseguir que les consintamos todo eso. También hay que saber valorarlo. Tiene su mérito… Porque todo se fundamenta en eso; a ellos no les interesa el esfuerzo, el sudor, el sufrimiento, el mirar por lo de todos. Toda esa mierda es para ti y para mí. Ellos sólo quieren el mérito.
Pueden tener que ver con lo religioso, pero a veces ni les hace falta. Pueden tener que ver con ciertas ideologías, pero tampoco es necesario. Algo que tienen en común es el gusto y el disfrute del poder, eso sí. Les encanta, les motiva, les hace multiplicarse. Se reproducen a través de la perpetuación del poder, así que ni siquiera necesitan ser heteronormativos o patriarcales… Superan todo eso. Lo llevan superando siglos… Están hechos de otra pasta. Son de otro planeta pero viven en el nuestro.
Llevas unos papeles para pedir un préstamo y allí están. Llamas para reservar unas vacaciones y te atiende uno de ellos. Entras a tomar algo en cualquier bar y zasca, están ahí… Manejan todos los hilos. Mojan en todas las salsas. Están por todas partes. Son los de siempre.
Algunos son indetectables, hasta te pueden engañar durante años y, de repente, habrá un comentario, un gesto, un movimiento en falso y puede que hasta los descubras. Cuando eso pase, huye en dirección contraria. Sin mirar atrás. Huye, corre. A ellos les dará igual. Se reconfigurarán y seguirán a lo suyo. Son imbatibles.
Aunque seamos mayoría, nunca conseguiremos ser mejores que ellos. Aunque sepamos quiénes son, hagamos un censo, los tengamos detectados y conozcamos sus tejemanejes nunca se dejan coger. No los vamos a controlar. Y si alguna vez lo hacemos saldrán más. Se reproducen geométricamente. El poder es como un gremlin y su agua tras la medianoche es el puto dinero.
También son casta pero no sólo eso. Superan el término. Surcan los cielos y se arrastran bajo tierra. A veces les va mal pero siguen siendo parte de esa casta. Se reconocen entre ellos. Se huelen, se sienten bien cuando lo saben y no digamos si se juntan.
Simplemente no hay nada que hacer. Están en otra órbita. Y viven de chuparnos la energía, el esfuerzo. Para ellos somos la infinita manta clientelar con la que se arropan cada noche. Nuestra sangre su trofeo.
Nunca sabrás a ciencia cierta quiénes son. Sólo podrás saber, si es que llegas a planteártelo alguna vez, que tú no formas parte de ellos. Que tú eres el mediocre, el simple, el normal; su cliente. Quizá no asumas que eres peor, pero nunca serás como ellos.
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Publicado el 23/01/2018 por jotabedepe
Hace un montón de tiempo que leí este titular de una entrevista a una famosa escritora: “Escribo para una lectora que soy yo”. En su momento me pareció directamente reprobable. No sentía ninguna empatía hacia una afirmación como aquella; que se me antojaba arrogante y de un egoísmo despreciable. Pero por alguna razón nunca la olvidé, así que, supongo que definitivamente estuvo bien leer aquello de esta escritora, sentir lo que sentí, para configurar mi propia respuesta a lo que sería la pregunta: ¿Y usted, para quién escribe? En el hipotético caso de que alguien me la hiciera y yo quisiera responderla…
De alguna extraña manera siempre tengo en mente (cuando escribo, me refiero) a una especie de “estereotipo” (veremos si “arquetipo”) ideal a quien deberían satisfacer mis letras. Alguien con curiosidad, quizá con estudios, una persona con gusto por el arte en general, por las cosas de la vida, qué sé yo. Una persona “normal”, ni más ni menos. Me he dado cuenta de que, escribiendo, me importa (me interesa) agradarle a personas normales, pero por encima de eso lo que me “apetece” es conmoverles, desasosegarles, por qué no; noquear, “marear”… Quizá inquietar también… Asustar…
Y no es que me sirva de oscuras tramas, complejas historias con abundancia de personajes, enrevesados argumentos llenos de giros inesperados… Todo lo contrario. Cojo un espejito y se lo pongo delante de sus narices al lector. Le digo: “Mira, podrías ser tú”. Y le explico con detalle qué sería de él si hiciera lo que hace mi personaje. Entonces puede verlo y hasta pensar secretamente que no es tan distinto. Y del mismo modo, secretamente, avergonzarse.
Porque esto de escribir es, también, al mismo tiempo, quizá contradictoriamente, deliciosamente contradictoriamente, ajuste de cuentas y búsqueda de problemas. Proponer respuestas haciendo preguntas. Como el lamentable y entrañable (cómo odio esta palabra) personaje del Gran Lebowsky, el “Nota”, que no deja de meterse en líos sin saber nunca por qué, pero ni reniega de ello ni parece molestarle demasiado. Probablemente por ello elijo personajes de este estilo; pequeños perdedores consuetudinarios, agraviados o no, pero jodidos, apaleados. También alguna puta de vez en cuando y algún que otro niño. Y, borrachos, muchos borrachos…
“Tú y yo siempre estaremos del lado de los necesitados”, me dijo una querida amiga hace mucho tiempo. Y ella sabe bien lo que dice. Es de las mías… “Nos irá bien o mal, estaremos más contentos o menos, pero siempre tendremos un rato para atender al necesitado de turno, quienquiera que sea”.
A lo mejor escribo para eso. Para hacer sentir a alguien normal, al menos durante un rato, mientras lee algo mío, que su historia merecería ser contada.
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Publicado el 22/11/2015 por jotabedepe
Sí, ya sé que no viene a cuento, pero es que a veces a uno le da por enamorarse. No es que quieras que nadie se interese por ti o que te halaguen. Tampoco es eso. Sólo quieres enamorarte. Ya sabes, sentir ese quién sabe qué… Estar pendiente de alguien aunque sepas positivamente que no sabrás nada de esa persona en eones, pues está trabajando y no como tú, que llevas el móvil encima constantemente. Pero te da igual. Porque de lo que tienes ganas es de eso. Precisamente de eso. También de repente te apetece hacer planes pensando en primera persona del plural. O contarle a alguien que saliste con él o ella. Sólo por contarlo, tampoco quieres que te pregunten nada ni ser el centro de atención. Hablar de ello como si nada. Como si fuese normal. Como si nunca hubieras no querido a alguien…
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Publicado el 01/07/2015 por jotabedepe
Se hace verdaderamente difícil contestar algo a esas últimas frases que me escribiste. Mejor dicho; no es que sea difícil, es que uno se plantea que cualquier respuesta va a dignificar esas frases y en realidad no quiero conseguir eso. Pero una parte de mí necesita esto. Quizá la misma parte que vio ‘algo’ en ti…
No, no actuaste con claridad en todo momento. Y realmente no creo que de verdad quisieras eso. O te importara mucho la claridad. Creo que mas bien actuaste de manera intencionadamente ‘vaga’. Creo que simplemente probaste conmigo a ver qué pasaba. Porque viste alguien bueno, alguien a quien atraías además, alguien que estaba ahí… Quisiste saciar tu curiosidad (aunque quizá hasta ya supieras de antemano que no ibas a querer nada al final) y me utilizaste porque viste que yo ponía todo mi interés.
Que te agobiaras aquel fin de semana (o aquella semana, o aquel mes…) sabrás sin duda (puesto que eres inteligente) que se pudo deber a muchos factores, muchos de ellos poco relacionados con empezar una historia con alguien etc. Pero eso no importa. Importa tu decisión de que esa sensación (sin desbrozar, sin pulir, sin contar conmigo) fuera primordial para dar carpetazo a lo nuestro. Qué poco delicado ¿no? Qué poco arte… Pero bueno, tampoco se puede pedir más cuando uno siente que no quiere seguir conociendo a alguien. La putada es que yo pensé siempre que tú eras alguien a quien sí que se le podía pedir más, más y mejor.
Fui respetuoso contigo, creí en ti, esperé a que te sintieras con comodidad para ir un poco más allá en nuestros contactos, te escuché, te hablé, te tendí mi mano. Rechazaste todo eso. Lo peor que se puede decir es que no lo valoraste o te dio igual o te dejaste llevar por aquel agobio. Son cosas humanas, mediocres, ajustadas, reales. Mucha gente no llega a más. La putada es que yo te valoré mucho más, pensé que no serías ‘así’ y qué decepción cuando vi aquellas frases… No me vinieron de nuevas, obviamente, no fueron una sorpresa, qué duda cabe. Pero sentí más decepción que tristeza cuando las leí. Porque sé que no son propias de quien me interesé. Que son impostadas, forzadas… Pero, evidentemente, debo respetarlas. Por mucho que me pesara.
No me pidas mil disculpas por hacerme daño. Pídeme millones y millones de disculpas. Y aún así te quedarás a corto camino. Pero ¿sabes qué? No importa; te disculpo todo eso y todo lo demás. Tú no me diste apenas nada aquellas semanas que ‘coincidimos’, pero yo a ti sí y me siento muy orgulloso de ello. Porque sé que lo que vi en ti existe, aunque insistas en mantenerlo oculto. Pero es tu decisión. La mía es actuar en base a mis principios. Luchar por lo que creo y quiero. No le pido disculpas a nadie por ello. Porque sé que mi actitud y mi manera de afrontar la vida serán arriesgadas, desinteresadas, me pondrán en peligro etc, pero desde luego no serán mediocres.
Ten mucha suerte. Mucha buena suerte. Y que sepas valorarlo cuando lo tengas delante. ¡Salud!
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Publicado el 30/06/2015 por jotabedepe
Total, que estás un día cepillándote los dientes sin la parte de arriba y te lo ves en un hombro; o te estás poniendo crema en las piernas y lo descubres en un gemelo… Puede que aún sea sólo un amago venoso o que ya esté amarillento con ese color a nicotina tan de hospital o que ya sea una marca fea y gangrenada… El caso es que te descubres el moratón (puede que también sea un ‘chupetón’, aunque estos se adivinan antes) e inmediatamente ubicas el momento en el que él o ella te lo hizo. Eres capaz de discernir el instante exacto en el que se produjo aquel dulce desacato. Bueno, dulce o no tanto, que todos sabemos que algunos moratones pueden doler una barbaridad… Sea como fuere, el moratón producido en batalla sexual suele ser visto con agrado, no duele tanto como el que te haces cuando tropiezas con la punta de esa mesa que siempre está mal puesta, qué duda cabe… Te lo miras, lo tocas, lo asocias al ‘encuentro’ y puede que sonrías. Porque quizá el moratón que te ha hecho ‘esa’ persona vaya a solaparase con la existencia de ‘otra’ persona nueva que lo observará con malicia, y eso te ‘pone’ o porque quizá sólo fue una cosa puntual pero lo pasaste bien y aquello te lo recuerda o porque a todos nos gustan estos tatuajes ‘naturales’ que además desaparecen con el tiempo y hasta mostramos victoriosos a nuestros más cercanos… Una marca de guerra de esas de las que uno hablará o no, pero que indudablemente habrá formado parte de ti en lo más íntimo. Aunque sea más que probable que dure más que quien te lo hizo (y lo sabes)…
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Publicado el 29/06/2015 por jotabedepe
Mirad, hay una cosa fabulosa que pasa todos los días. Suele ser bastante previsible, lo que no le resta ni un ápice de espectacularidad, no obstante. De hecho, hasta puede saberse con aproximación al minuto de cuándo acontecerá este fenómeno. Todo el mundo puede gozarlo y no hay lugar del planeta donde no ocurra. ¿Qué más se le puede pedir a algo que nos produzca bienestar y nos infunda cierta alegría? Pues tengo algo más: es completamente gratis (de momento, claro). Con estos antecedentes es casi impensable que esto pueda existir, pero os prometo que es así. El problema es que, por paradójico que resulte, por veces que podamos haberlo disfrutado (y todos lo hemos hecho alguna vez) no es tan seguro que le atribuyamos esas características que menciono. A mí me costó un poco darme cuenta, lo reconozco, pero desde aquel día ya no se me olvida y lo guardo en mi “Carpeta de Favoritos”. Salí a desayunar a la terraza; un día normal, me senté en mi butaca; Diego no andaba lejos, seguramente ronroneando; crucé mis piernas, cogí la taza y miré hacia adelante: estaba amaneciendo. No creo ni que fuera un amanecer especialmente bello (de esos en los que se irradian rayos de sol a lo bestia, como si fuera a aparecerse dios en medio de las nubes) o de colores especialmente bonitos. Simplemente amanecía y yo aprehendí aquel amanecer. Digamos que lo hice mío. Me apropié de él. Decidí que era bonito, que me infundiría alegría, que sería memorable, que me haría sentir bien, que lo recordaría y que algún día se lo explicaría a alguien (como de hecho hoy os lo explico a vosotros). Y ¿qué fue lo que pensé cuando me vi protagonista de aquel “inesperado” regalo telúrico? Pensé: “hostia, esto pasa a diario y es gratis”. Así, sin más, con el café con leche en la mano y sentado como un indio. Y de repente caes en que muchas cosas más que te pueden resultar agradables como para arreglarte el día son gratis y no es necesario complicarse mucho la vida para encontrarlas. Un cruce de palabras con la que atiende la panadería, un vistazo al coche de al lado en un semáforo en rojo y el descubrimiento de alguien guapísimo que espera a tu lado, que te sientas bien ese día con la ropa que has elegido… La mayoría de las cosas que nos proporcionan alegría y nos hacen sentir bien son gratis. Y nosotros nos pasamos la vida pensando que para llenar el alma hay que dejarse la nómina…
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Pequeñas historias. Historias pequeñas
Publicado el 22/12/2012 por jotabedepe
El próximo verano se cumplirán dieciséis años desde que empezara a escribir a ratos como mero entretenimiento. A día de hoy ando corrigiendo el que es mi ‘objeto literario’ número nueve. Puedo decir que estoy satisfecho de muchas de esas páginas, pero sobre todo de lo que estoy satisfecho es de no haberme vuelto un gilipollas. Y no lo digo por decir. Es éste un oficio bastante jodido en el que es fácil perder la noción de realidad si uno se descuida. Aparte de los ratos de soledad que uno le dedica a la tecla, están los tantos otros que se pasan leyendo. Inmerso en otras historias, bañándose en otros charcos. Siendo otro, qué duda cabe.
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